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Calabuch de Luis García Berlanga


Ficha técnica y sinopsis. Portada del programa de mano.


«Además de Novio a la vista, Calabuch es la única película que no nace de una idea que es mía. En principio no me gustaba porque encontraba un guión muy crepuscular, donde todo el mundo era demasiado bueno, pero debido a la coproducción con Italia vino el guionista Ennio Flaiano, con el cual ya me encontraba más a gusto y al final la fui modificando, la fui convirtiendo en algo un poquito más a lo que yo quería contar. Paradójicamente creo que las dos películas que no han nacido de ideas mías, que son Novio a la vista y Calabuch es donde en cambio hay más vivencias mías, en donde en determinadas secuencias estoy más entregado a enseñar mis propias cartas, a mostrar un poquito las señas de identidad que hasta entonces tenía más ocultas.»

Luis García Berlanga.


A pesar de que el director valenciano se distanciara a menudo de la película Calabuch (1956) y manifestara que se trataba de una obra demasiado amable y tierna para su gusto, lo cierto es que dentro de la filmografía del director se podría hablar de que la película guardaba grandes semejanzas con su obra precedente y apuntalaba un estilo cada vez más personal. Filmada en su amado Mediterráneo, al igual que Novio a la vista (1954), Berlanga creaba un idílico pueblo marítimo bautizado como Calabuch y rodado en Peñíscola (Castellón), antes de que Charlton Heston horadara sus arenas a lomos de Babieca en El Cid (1961) de Anthony Mann.

La estructura del guion, los personajes y el humor crítico emparentaban a Calabuch con ¡Bienvenido, Míster Marshall! (1953).

Narrada igualmente con una introductoria voz en off, lo que acentuaba lo fantástico e irreal del relato asemejándolo a un cuento infantil, se nos situaba la acción en un contexto histórico contemporáneo, siendo el pueblo de Calabuch una metáfora de la España de la década de los años 50 del siglo XX, inmersa todavía en la dura Posguerra y con los lejanos ecos internacionales que supusieron el reparto del globo entre los Estados Unidos y la Unión Soviética tras la Segunda Guerra Mundial. Para la resolución de dicho conflicto tuvo una importancia decisiva el lanzamiento de las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki el 6 y 9 de agosto de 1945 respectivamente, lo que acrecentó un rearme de las naciones en busca del poder bélico que la energía nuclear podía conseguir. No obstante, el pueblecito de Calabuch permanecía ajeno a tales preocupaciones. Ni la fiebre nuclear, ni el miedo a la destrucción del planeta o el fantasma de la Guerra Fría parecían afectarle.


Cartelería internacional de Calabuch.


El argumento original surgió de Leonardo Martín, que junto a Florentino Soria, ambos amigos de la escuela de cine, le presentaron a Berlanga un guion que se amoldó a sus gustos con la ayuda de Ennio Flaiano. Como en la mayoría de las obras de Berlanga el guion se estructuraba en el arco dramático consistente en que la llegada de un personaje o de un acontecimiento exterior cambiaba, por un tiempo, la vida de un grupo de personas que buscaban un beneficio común y que, finalmente, fracasaban quedándose en igual o peor situación que al comienzo. Al igual que Villar del Río en ¡Bienvenido Mr. Marshall!, Calabuch era un pueblo pequeño compuesto por el café-bar, el ayuntamiento, la iglesia y el cine, al que habría que añadirle los paisajes típicos de los pueblos costeros como el faro, la playa o el castillo. Sus habitantes también eran gemelos a los de Villar del Río; en Calabuch, la figura autoritaria era el guardia civil Matías, pero igualmente se nos presentaba al alcalde, a la maestra y al cura junto a número elevado de vecinos que formaban el conjunto del pueblo: el Langosta, el pintor, el farero, los contrabandistas, el torero, el maestro de la banda de música, la hija de Matías, su pretendiente, el pirotécnico... todos ellos configuraban ese reparto coral tan característico de las obras de Berlanga.

El imaginario nombre del pueblo provenía del apellido catalán Calabuig, de amplia implantación en la Comunidad Valenciana y que fue escogido por su sonoridad típicamente regional, ya que, en opinión del realizador, Calabuig sonaba a valencianismo por los cuatro costados:

«Se trataba de buscar un nombre mediterráneo, valenciano, y ése me gustó. No tanto a un amigo mío que se apellida así y que, cierta vez que me lo encontré paseando con su perro por Valencia, me dijo: '¿Sabes cómo se llama mi perro? Se llama Berlanga'. La verdad es que con ese nombre tuve algún problema, y no tan pequeño como el de mi amigo. Y es que Calabuch se escribe 'Calabuig', y si se titulaba así, en toda España lo pronunciarían de este modo mientras en la película oirían decir Calabuch. Y si lo titulaba Calabuch, en Valencia lo pronunciarían 'Calabuj'. Al final opté por la mayoría, democráticamente. A mí me gusta, pero no es ninguna palabra mágica o emblemática. Mi única palabra mágica es austrohúngaro.»

En la cita inicial Berlanga comentaba que con esta película enseñaba un poco sus señas de identidad y es que el nombre del pueblo, junto al mar, los festejos taurinos al borde de la playa y los fuegos artificiales creaban una estampa típicamente valenciana. En alguna otra ocasión afirmó que el bullicio típico de sus películas, en las que todos los personajes hablaban a la vez y se interrumpían cada dos por tres, era un rasgo común a los habitantes del este español.


El nombre del pueblo, Calabuch, junto al mar, los festejos taurinos al borde de la playa y los fuegos artificiales creaban una estampa típicamente valenciana.


Curiosamente, mientras que a ¡Bienvenido, Mr. Marshall! se le ha alabado su valor de denuncia e inteligencia para burlar a la censura, a Calabuch se la considera generalmente una obra inferior atildada de maniquea, edulcorada, tierna o sentimental, rozando incluso la fantasía utópica. Sin embargo, comparte en igualdad de condiciones que ¡Bienvenido, Mr. Marshall! la aguda crítica al sistema monolítico del régimen franquista. El estancamiento económico y la degradación intelectual mantenían a una población adulta analfabeta que en muchas ocasiones debía dedicarse al contrabando de productos como modo de vida. Como se puede observar, en Calabuch escaseaban el café, el alcohol o la colonia. La información teledirigida del NO-DO también era criticada por 'El Langosta' que se refería a ella como aburrida, atrasada y que sólo hablaba de “procesiones, casas baratas y carreras de bicicletas”. De nuevo, gracias al humor, se sorteaba a la Junta de Clasificación y Censura de la Dirección General de Cinematografía y Teatro. Y es que de las imágenes de Calabuch también se desprendía una ociosidad y tranquilidad que unidas a los tópicos de la siesta, el vino y el sol hacían de España un país atractivo y divertido. Los espectadores de la época se veían reflejados pese a la caricatura de los personajes y se olvidaban de que en realidad vivían en un país subdesarrollado, en quiebra y con una salida masiva de emigrantes. Con los subterfugios de Berlanga se conseguía transmitir el deseo de vivir en un lugar tan idílico como Calabuch, pero se enmascaraba la situación decadente en la que vivían sus vecinos.

El hecho de que Calabuch se convirtiera en una co-producción hispano-italiana trajo al rodaje por parte de Italia a los actores Franco Frabizi, uno de Los inútiles (I vitelloni, 1953) de Federico Fellini, en el papel de 'El Langosta' y a la Valentina Cortese como la maestra Eloisa. Sin embargo, la aportación más importante fue la de Ennio Flaiano, colaborador y guionista de Federico Fellini en obras tan reconocidas como la nombrada de Los inútiles, La strada (1954), Las noches de Cabiria (Le notti di Cabiria, 1957), La dolce vita (1960) u Ocho y medio (Otto e mezzo, 1963) entre otras. Pese a que Berlanga añadió sarcasmo y mala leche a la película, se le atribuía a Flaiano la dulzura en el trato a los personajes. Flaiano se convertiría junto al propio Berlanga y a Rafael Azcona en el artífice de uno de los mejores guiones que ha dado el cine español, el guión de El verdugo (1963) dirigida por el propio Berlanga.

El personaje protagonista, el científico nuclear Jorge Serra Hamilton, recayó en el veterano actor inglés Edmund Gwenn. Inmortalizado como Papa Noel en el clásico navideño De ilusión también se vive (Miracle on 34th Street, 1947) de George Seaton, por el cual consiguió un Óscar por su interpretación, Edmund Gwenn venía de trabajar en La humanidad en peligro (Them!, 1954) de Gordon Douglas, una película de ciencia ficción de serie B que coincidía con Calabuch en que el intérprete era también un científico preocupado por los devastadores efectos que las pruebas de la bomba nuclear estaban causando en la fauna de la región, más concretamente en las hormigas. Las últimas películas en las que trabajó fueron Pero… ¿quién mató a Harry? (The trouble with Harry?, 1955) de Alfred Hitchcock y un año más tarde Calabuch, que se convertiría en su última interpretación. Moriría tres años más tarde con 81 años.


El actor británico Edmund Gwenn junto a Luis García Berlanga, en 1956, durante el rodaje de Calabuch.


Fue Calabuch, junto a los precedentes de ciencia ficción como la mencionada La humanidad en peligro o la japonesa Godzilla, Japón bajo el terror del monstruo (Gojira, 1954) de Ishiro Honda, las películas que avanzarían una preocupación importante por la bomba nuclear. En adelante, el cine reflejó el temor a un holocausto nuclear causado por la necedad de los hombres y por la escala armamentística que veía en la obtención de la bomba nuclear una herramienta de poder. Algo nada distinto a lo que ocurre actualmente con países que pretenden recuperarla como símbolo de supremacía frente a sus vecinos. Las películas de décadas posteriores, inmersas en plena Guerra Fría, aumentarían al igual que lo hacía la paranoia nuclear. Filmes como ¿Teléfono Rojo? Volamos hacia Moscú (Dr. Strangelove, or How I Learned to Stop Worrying and Love the Bomb, 1964) de Staley Kubrick, El juego de la guerra (The war game, 1965) de Peter Watkins, Punto límite (Fail-Safe, 1964) de Sidney Lumet, el telefilm El día después (The day after, 1983) de Nicholas Meyer o la película de animación Cuando el viento sopla (When the wind flows, 1984) de Jimmy T. Murakami, demostraban la preocupación que existía.

En general la crítica habló bien de la película y en el Festival de Venecia se le otorgó el raro galardón del Premio OCIC, concedido durante pocos años por la Oficina Católica Internacional de Cine, y eso que al párroco Don Félix no le importara que el Tío Jorge fuera protestante, banalizara con la realización de milagros o borrara la esperanza de unos recién casados al bendecir una barca en una de las escenas favoritas del director. Seguramente la OCIC se arrepentiría más tarde al conocer que la siguiente película de Berlanga, Los jueves, milagro (1957) se mofaba precisamente del cristianismo. Y todo ello, antes incluso de que se forjara su alianza con el guionista Rafael Azcona y nos obsequiaran con su sarcástica crónica de la realidad española en películas como Plácido (1961), El verdugo (1963) o la Trilogía de la familia Leguineche (1978-1982).



JMT


Vídeo introductorio a Calabuch
por JMT.